Durante años, la normalidad se ha venido estirado casi hasta su punto de ruptura. Una cuerda que se fue estirando cada vez más y más, esperando a que el pico de un cisne negro la rompiera en dos. Ahora que la cuerda se ha roto, ¿volvemos a unir sus extremos, o debemos deshacer aún más sus restos colgantes, para ver qué podríamos tejer con ellas?
El Covid-19 nos muestra que cuando la humanidad está unida por una causa común, es posible un cambio fenomenalmente rápido. Ninguno de los problemas del mundo es técnicamente difícil de resolver; estos se originan en desacuerdos humanos. En coherencia, los poderes creativos de la humanidad son ilimitados. Hace tan solo unos meses, una propuesta para detener los viajes aéreos comerciales habría parecido totalmente absurda. Del mismo modo, para los cambios radicales que estamos experimentando actualmente en nuestro comportamiento social, la economía y en el papel del gobierno en nuestras vidas. El Covid nos demuestra el gran poder de nuestra voluntad colectiva cuando nos ponemos de acuerdo en lo que es realmente importante. ¿Qué más podríamos lograr, en coherencia? ¿Qué queremos lograr y qué mundo deberíamos crear? Esa es siempre la siguiente pregunta cuando alguien despierta a su poder.
El Covid-19 es como una intervención de rehabilitación que rompe el control adictivo de la normalidad. Interrumpir un hábito es hacerlo visible; es convertirlo de una compulsión a una elección. Cuando la crisis disminuya, podríamos tener la oportunidad de preguntarnos si queremos volver a la normalidad, o si podría haber algo que hayamos visto durante esta interrupción las rutinas que queramos traer al futuro. Podríamos preguntarnos, después de que tantas personas hayan perdido sus empleos, si todos estos son los trabajos que más necesita el mundo, y si nuestro trabajo y creatividad se aplicarían mejor en otros lugares. Podríamos preguntarnos, habiendo prescindido de estos por un tiempo, si realmente necesitamos tantos viajes aéreos, vacaciones en Disneylandia o tantas ferias comerciales. ¿Qué partes de la economía queremos restaurar y qué partes podríamos elegir dejar ir? Covid ha interrumpido lo que parecía ser una operación de cambio de régimen militar en Venezuela – tal vez las guerra imperialistas son también una de esas cosas a las que podríamos renunciar en una futuro de cooperación global. Y en una nota más oscura, ¿qué de entre las cosas que se están quitando en este momento—libertades civiles, libertad de reunión, soberanía sobre nuestros cuerpos, reuniones en persona, abrazos, apretones de manos y vida pública—podríamos necesitar ejercer una voluntad intencional, política personal para restaurarlas?
Durante la mayor parte de mi vida, he tenido la sensación de que la humanidad se estaba acercando a una encrucijada. Siempre, la crisis, el colapso, la ruptura era inminente, a la vuelta de la esquina, pero no llegaba y no llegaba. Imagina caminar por un camino, y más adelante la ves, ves la encrucijada. Está justo sobre la colina, a la vuelata de la esquina, pasando el bosque. En la cima de la colina, ves que te equivocaste, fue un espejismo, estaba más lejos de lo que pensabas. Sigues caminando. A veces aparece, a veces desaparece de la vista y parece que este camino continúa para siempre. Quizás no hay una encrucijada. ¡No, ahí está de nuevo! Siempre está casi aquí. Nunca está aquí.
Ahora, de repente, damos la vuelta y aquí está. Nos detenemos, apenas capaces de creer que está sucediendo ahora, apenas capaces de creer, después de años de confinamiento en el camino de nuestros predecesores, que ahora finalmente tenemos una opción. Tenemos razón en parar, atónitos ante la novedad de nuestra situación. Debido a los cientos de caminos que se presentan frente a nosotros, algunos conducen a la misma dirección en la que ya nos hemos encaminado. Algunos conducen al infierno sobre la tierra. Y algunos conducen a un mundo más sano y más bonito de lo que nos atrevemos a creer posible.
Escribo estas palabras con el objetivo de estar aquí contigo, desconcertado, con miedo tal vez, pero también con una sensación de nueva posibilidad, en este punto de nuevos caminos divergentes. Observemos algunos de ellos y veamos a dónde nos conducen.
* * *
Una amiga me compartió esta historia la semana pasada. Ella estaba en un supermercado y vio a una mujer llorando en el pasillo. Haciendo caso omiso de las reglas de distanciamiento social, se acercó a la mujer y le dio un abrazo. “Gracias”, dijo la mujer, “es la primera vez que alguien me abraza en diez días”.
Pasar algunas semanas sin abrazos parece un pequeño precio a pagar si va a detener una epidemia que podría tomar millones de vidas. Incialmente, el argumento para el distanciamiento social era que salvaría millones de vidas al evitar que un aumento repentino de casos de Covid sobrepasara el sistema médico. Ahora las autoridades nos dicen que puede ser necesario continuar con cierto distanciamiento social indefinidamente, al menos hasta que haya una vacuna efectiva. Me gustaría poner ese argumento en un contexto más amplio, especialmente cuando miramos a largo plazo. Para no institucionalizar el distanciamiento y reestructurar la sociedad a su alrededor, seamos conscientes de la elección que estamos haciendo y por qué.
Lo mismo ocurre con los otros cambios que ocurren alrededor de la epidemia de coronavirus. Algunos escritores han observado cómo estos cambios se ajustan perfectamente en una agenda de control totalitario. Un público asustado acepta la reducción de las libertades civiles que de otro modo serían difíciles de justificar, como el seguimiento de los movimientos de todos en todo momento, el tratamiento médico forzoso, la cuarentena involuntaria, las restricciones a los viajes y la libertad de reunión a censura de lo que las autoridades consideran desinformación, la suspensión del hábeas corpus y la vigilancia militar de civiles. Muchos de estos cambios estaban en marcha mucho antes del Covid-19; pero desde su llegada, han sido irresistibles. Lo mismo ocurre con la automatización del comercio (e-commerce); la transición de participación en deportes y entretenimiento a la participación virtual remota; la migración de la vida de espacios públicos a espacios privados; la transición de las escuelas presenciales a la educación en línea, la destrucción de las pequeñas empresas, el declive de las tiendas físicas y el movimiento del trabajo y ocio humano hacia las pantallas. El Covid-19 está acelerando las tendencias preexistentes, políticas, económicas y sociales.
Si bien todo lo anterior, a corto plazo, se justifica por aplastar la curva (la curva de crecimiento epidemiológico), también estamos escuchando mucho sobre una “nueva normalidad”; es decir, los cambios pueden no ser temporales en absoluto. Dado que la amenaza de enfermedades infecciosas, como la amenaza del terrorismo, nunca desaparece. Las medidas de control pueden convertirse fácilmente en medidas permanentes. Si íbamos en esta dirección de todos modos, la justificación actual debe ser parte de un impulso más profundo. Analizaré este impulso en dos partes: el reflejo del control y la guerra contra la muerte. Así entendido, surge una oportunidad de iniciación, una que ya estamos viendo en forma de solidaridad, compasión y cuidado que el Covid-19 ha inspirado globalmente.
El reflejo de control
Hacia finales de abril, las estadísticas oficiales dicen que unas 150.000 personas han muerto por el Covid-19. Para cuando siga su curso, el número de muertos podría ser diez veces o cien veces mayor, o incluso, si las conjeturas más alarmantes son correctas, mil veces mayor. Cada una de estas personas tiene seres queridos, familiares y amigos. La compasión y la conciencia nos llaman a hacer lo que podamos para evitar tragedias innecesarias. Esto es personal para mí: mi propia madre a quien quiero infinitamente es una de las personas más vulnerables a una enfermedad que mata principalmente a ancianos y enfermos.
¿Cuáles serán los números finales? Esa pregunta es imposible de responder al momento de escribir esto. Los primeros informes fueron alarmantes; durante semanas, el número oficial de Wuhan, que circulaba sin cesar en los medios, era un impactante 3.4%. Eso, junto con su naturaleza altamente contagiosa, apuntaba a decenas de millones de muertes en todo el mundo, o incluso hasta 100 millones. Más recientemente, las estimaciones se han desplomado, ya que se ha hecho evidente que la mayoría de los casos son leves o asintomáticos. Dado que las pruebas se han inclinado hacia los enfermos graves, la tasa de mortalidad se ha visto artificialmente alta. Un artículo reciente en la revista Science argumenta que el 86% de las infecciones han sido indocumentadas, lo que apunta a una tasa de mortalidad mucho más baja de lo que indicaría la tasa de mortalidad actual. Un artículo más reciente va aún más lejos, estimando el total de infecciones en los Estados Unidos en cien veces los casos confirmado acualmente (lo que significaría una tasa de mortalidad inferior a 1,1 dólares). Estos trabajos implican muchas conjeturas epidemiológicas extravagantes, pero un estudio muy reciente que utiliza una prueba de anticuerpos encontró que los casos en Santa Clara, California, han sido subestimados en un factor de 50 a 85.
La historia del crucero Diamond Princess refuerza este punto de vista. De las 3.711 personas a bordo, alrededor del 20% dieron positivo a la prueba del virus; menos de la mitad de ellos tenían síntomas, y ocho han muerto. Un crucero es un escenario perfecto para el contagio, y hubo mucho tiempo para que el virus se propagara a bordo antes de que alguien hiciera algo al respecto, pero tan sólo un quinto de los tripulantes del crucero estaban infectados. Además, la población del crucero estaba mayormente compuesta (como la mayoría de los cruceros) por ancianos: casi un tercio de los pasajeros tenían más de 70 años, y más de la mitad tenían más de 60 años. Un equipo de investigación concluyó que por la gran cantidad de pacientes asintomáticos, la verdadera tasa de mortalidad en China es de alrededor del 0,5%. Eso sigue siendo de dos a cinco veces mayor que la influenza. Con base en lo anterior (y ajustándolo a datos demográficos mucho más jóvenes en África y el Sur y Sudeste Asiático), estimo que se trataría de 200,000 muertes en los EE. UU. y 2 millones a nivel mundial. Esos son números graves, comparados a la pandemia de la influenza de Hong Kong de 1968/9.
Todos los días, los medios informan el número total de casos de Covid-19, pero nadie tiene idea de cuál es el número real, porque sólo una pequeña parte de la población ha sido examinada. Si decenas de millones tienen el virus asintomáticamente, no lo sabríamos. Para complicar aún más el asunto, las muertes por Covid-19 pueden estar sobrevaloradas (en muchos hospitales, si alguien muere con Covid se registra que ha muerto por Covid) o subvaloradas (algunos pueden haber muerto en casa). Permítanme repetir: nadie sabe lo que realmente está sucediendo, incluyéndome a mí. Seamos conscientes de dos tendencias contradictorias. La primera es la tendencia de la histeria a alimentarse de sí misma, a excluir datos relevantes que no juegan con el miedo y a crear el mundo a su imagen. La segunda es la negación, el rechazo irracional de la información que podría alterar la normalidad y la comodidad. Como Daniel Schmactenberger pregunta: ¿Cómo sabes que lo que crees es verdad?
Los predisposiciones cognitivas como éstas con especialmente virulentas en una atmósfera de polarización politica; por ejemplo, los liberales tenderán a rechazar cualquier información que pueda ser incorporada en una narrativa pro-Trump, mientras que los conservadoras tenderán a aceptarla.
Ante la incertidumbre, me gustaría hacer una predicción: la crisis se desarrollará para que nunca conozcamos la verdad. Si el número final de muertes de la pandemia, que será en sí mismo objeto de disputa, es menor de lo que se temía, algunos dirán que es porque los controles funcionaron. Otros dirán que es porque la enfermedad no era tan peligrosa como nos dijeron.
Para mí, el enigma más desconcertante es por qué en la actualidad no parece haber nuevos casos en China. El gobierno no inició su bloqueo hasta mucho después de que se estableciera el virus. Debería haberse extendido ampliamente durante el Año Nuevo Chino, cuando, a pesar de algunas restricciones de viaje, casi todos los aviones, trenes y autobuses están llenos de personas que viajan por todo el país. ¿Que está pasando aquí? De nuevo, no lo sé, y tú tampoco.
Cualquiera que sea el número total de muertes, veamos algunos otros números para tener otra perspectiva. Mi punto NO es que Covid no sea tan malo y no deberíamos hacer nada. Ten paciencia conmigo. Hasta el 2013, según la Organizació de Alimento y Agricultura “FAO” en inglés, cinco millones de niños en todo el mundo mueren de hambre cada año; en 2018, 159 millones sufrieron retraso en el crecimiento y 50 millones con desnutrición. (El hambre estaba disminuyendo hasta hace poco, pero ha empezado a aumentar de nuevo en los últimos tres años). Cinco millones es 200 veces más personas que las que han muerto hasta ahora de Covid-19, sin embargo, ningún gobierno ha declarado un estado de emergencia o ha pedido que modifiquemos radicalmente nuestra forma de vida para salvarlos. Tampoco vemos un nivel comparable de alarma y acción en torno al suicidio, la mera punta de un iceberg de desesperación y depresión, que mata a más de un millón de personas al año en todo el mundo y 50,000 en los Estados Unidos. O la sobredosis de drogas, que mata a 70,000 en los EE. UU. Las enfermedades de autoinmunidad, que afectan de 23.5 millones (figura del Instituto Nacional de Salud, “NIH” en inglés) a 50 millones (Asociación Americana de Enfermedades Autoinmunes “AARDA” en inglés), oß obesidad, que afecta a más de 100 millones de personas. ¿Por qué, por lo demás, no estamos en un frenesí para evitar el armagedón nuclear o el colapso ecológico, sino, por el contrario, buscamos opciones que magnifican esos mismos peligros?
Por favor, el punto aquí no es que no hayamos cambiado nuestras formas de evitar que los niños mueran de hambre, así que tampoco deberíamos cambiarlos por Covid. Es lo contrario: si podemos cambiar tan radicalmente por el Covid-19, también podemos hacerlo para estas otras condiciones. Preguntémonos por qué somos capaces de unificar nuestra voluntad colectiva para detener este virus, pero no para abordar otras amenazas graves para la humanidad. ¿Por qué, hasta ahora, la sociedad ha estado tan congelada en su trayectoria existente?
La respuesta es reveladora. Simplemente, ante el hambre mundial, la adicción, la autoinmunidad, el suicidio o el colapso ecológico, nosotros como sociedad no sabemos qué hacer. Eso es porque no hay nada externo contra el cual luchar. Nuestras respuestas a la crisis, todas las cuales son alguna versión de control, no son muy efectivas para abordar estas condiciones. Ahora viene una epidemia contagiosa, y finalmente podemos entrar en acción. Es una crisis para la que funciona el control: cuarentenas, bloqueos, aislamiento, lavado de manos; control de movimiento, control de información, control de nuestros cuerpos. Eso convierte a el Covid en un receptáculo conveniente para nuestros miedos incipientes, un lugar para canalizar nuestra creciente sensación de impotencia ante los cambios que afectan al mundo. El Covid-19 es una amenaza que sabemos cómo enfrentar. A diferencia de muchos de nuestros otros temores, el Covid-19 ofrece un plan.
Nuestra civilización ha establecido instituciones que son cada vez más incapaces de enfrentar los desafíos de nuestros tiempos. Cómo estas instituciones le dan la bienvenida a un desafío que finalmente pueden enfrentar y qué tan ansiosas están por aceptar este reto como una crisis suprema. Cuán naturalmente sus propios sistemas de gestión de información seleccionan las representaciones más alarmantes de la misma. Con qué facilidad el público en general se une al pánico, abrazando una amenaza que las autoridades pueden manejar como un sustituto a las diversas amenazas indescriptibles que no pueden.
Hoy en día, la mayoría de nuestros desafíos ya no se rinden ante a la fuerza. Nuestros antibióticos y cirugías no logran superarlas crecientes crisis de salud de autoinmunidad, adicción y obesidad. Nuestras armas y bombas, que fueron construidas para conquistar ejércitos, son inútiles para borrar el odio en el extranjero o mantener la violencia doméstica fuera de nuestros hogares. Nuestra policía y las cárceles no pueden sanar las condiciones del crecimiento del crimen. Nuestros pesticidas no pueden restaurar el suelo arruinado. El Covid-19 recuerda a los buenos tiempos cuando los desafíos de las enfermedades infecciosas sucumbían a la medicina moderna y la higiene, al mismo tiempo que los nazis sucumbían a la máquina de guerra, y la naturaleza misma sucumbía, o al menos así parecía, a la conquista y mejora tecnológica. Nos recuerda los días en que nuestras armas funcionaban y el mundo parecía estar mejorando con cada tecnología de control.
¿Qué tipo de problema sucumbe ante la dominación y el control? El tipo causado por algo del exterior, por otro. Cuando la causa del problema es algo íntimo para nosotros, como la falta de vivienda o la desigualdad, la adicción, o la obesidad, no hay nada contra lo que podamos luchar. Podemos intentar crear un enemigo, culpando, por ejemplo, a los multimillonarios, a Vladimir Putin o al Diablo, pero luego perdemos información relevante, como las condiciones del terreno que permiten que los multimillonarios (o virus) se repliquen en primer lugar.
Si hay algo en lo que nuestra civilización es buena, es en luchar contra un enemigo. Le damos la bienvenida a las oportunidades para hacer aquello en lo que somos buenos, lo que demuestra la validez de nuestras tecnologías, sistemas y visión del mundo. Y así, fabricamos enemigos, lanzamos problemas como el crimen, el terrorismo y la enfermedad en términos de nosotros contra ellos, y movilizamos nuestras energías colectivas hacia esos esfuerzos que se pueden ver de esa manera. Por lo tanto, destacamos a el Covid-19 como un llamado a las armas, reorganizando la sociedad como si fuera un esfuerzo de guerra, mientras tratamos como normal la posibilidad de aemagedón nuclear, colapso ecológico y cinco millones de niños muriendo de hambre.
La narrativa de la conspiración
Debido a que el Covid-19 parece justificar tantos elementos en la lista de deseos totalitarios, hay quienes creen que es un juego de poder deliberado. No es mi propósito avanzar esa teoría ni desacreditarla, aunque ofreceré algunos comentarios abstractos. Primero una breve descripción general.
Las teorías (hay muchas variantes) hablan sobre el Evento 201 (patrocinado por la Fundación Gates, la CIA, etc., el septiembre pasado) y un libro blanco de la Fundación Rockefeller del 2010 que detalla un escenario llamado “Lockstep”, que presentan una respuesta autoritaria a una hipotética pandemia. Observan que la infraestructura, la tecnología y el marco legislativo para la ley marcial se han estado preparando durante muchos años. Todo lo que se necesitaba, dicen, era una forma de hacer que el público lo aceptara, y ahora esta oportunidad ha llegado. Independientemente de que los controles actuales sean permanentes o no, se está estableciendo un precedente para:
- El monitoreo de los movimientos de las personas en todo momento (debido al coronavirus)
- La suspensión de la libertad reunión (por el coronavirus)
- La vigilancia militar de los civiles (por el coronavirus)
- Detención extrajudicial, indefinida (cuarentena, por coronavirus)
- La prohibición del efectivo (por el coronavirus)
- Censura del Internet (para combatir la desinformación, por el coronavirus)
- Vacunación obligatoria y otros tratamientos médicos, estableciendo la soberanía del estado sobre nuestros cuerpos (por el coronavirus)
- La clasificación de todas las actividades y destinos en lo expresamente permitido y lo expresamente prohibido (puede salir de su casa por esto, pero no aquello), eliminando la zona gris no policial y no jurídica. Esa totalidad es la esencia misma del totalitarismo. Sin embargo, ahora es necesario, porque, bueno, el coronavirus…
Este es un material bastante jugoso para las teorías de conspiración. Por lo que sé, una de esas teorías podría ser cierta; sin embargo, la misma progresión de eventos podría desarrollarse desde una inclinación sistémica inconsciente hacia un control cada vez mayor. ¿De dónde viene esta inclinación? Está entretejida en el ADN de la civilización. Durante milenios, la civilización (a diferencia de las culturas tradicionales a pequeña escala) ha entendido el progreso como una cuestión de extender el control al mundo: domesticar la naturaleza, conquistar a los bárbaros, dominar las fuerzas de la naturaleza y ordenar la sociedad de acuerdo a la ley y la razón. El ascenso del control se aceleró con la Revolución Científica, que lanzó al “progreso” a unas nuevas alturas: el ordenamiento de la realidad en categorías y cantidades objetivas, y el dominio de la materialidad con la tecnología. Finalmente, las ciencias sociales prometieron usar los mismos medios y métodos para cumplir la ambición (que se remonta a Platón y Confucio) para diseñar una sociedad perfecta.
Por lo tanto aquellos que administran a una civilización, le darán la bienvenida a cualquier oportunidad para fortalecer su control, ya que después de todo, está al servicio de una gran visión para la raza humana: el mundo perfectamente ordenado, en el que la enfermedad, el crimen, la pobreza y quizás el sufrimiento en sí pueden ser elimiandos de su existencia. No son necesarios motivos nefastos. Por supuesto, les gustaría hacer un seguimiento de todos, tanto mejor para garantizar el bien común. Para ellos, el Covid-19 muestra cuán necesario es esto: “¿Podemos permitirnos libertades democráticas a la luz del coronavirus?” se preguntan. “¿Debemos ahora, por necesidad, sacrificarlos por nuestra propia seguridad?” Es un discurso familiar, ya que ha acompañado a otras crisis en el pasado, como el 11 de septiembre.
Para reelaborar una metáfora común, imagina a un hombre con un martillo, buscando una razón para usarlo. De repente ve un clavo sobresaliendo. Ha estado buscando un clavo durante mucho tiempo, golpeando tornillos y pernos y sin lograr mucho. Él sostiene una visión del mundo en la que los martillos son las mejores herramientas, y el mundo puede mejorarse golpeando clavos. ¡Y aquí hay un clavo! Podríamos sospechar que en su afán ha colocado el clavo allí mismo él mismo, pero eso no importa. Tal vez ni siquiera es un clavo lo que sobresale, pero se parece lo suficiente a uno como para comenzar a golpear. Cuando la herramienta esté lista, surgirá una oportunidad para usarla.
Y agregaré, para aquellos inclinados a dudar de las autoridades, tal vez esta vez realmente es un clavo. En ese caso, el martillo es la herramienta adecuada, y el principio del martillo emergerá cuanto más fuerte, listo para el tornillo, el botón y el clip.
De cualquier manera, el problema que tratamos aquí es mucho más profundo que el de derrocar a un grupo malvado de los Illuminati. Incluso si existen, dada la inclinación de la civilización, la misma tendencia persistiría sin ellos, o surgiría un nuevo Illuminati para asumir las funciones de la antiguos.
Verdadera o falsa, la idea de que la epidemia es una trama monstruosa perpetrada por los malhechores sobre el público no está tan lejos de la mentalidad de encontrar el patógeno. Es una mentalidad cruzada, una mentalidad de guerra. Ubica la fuente de una enfermedad sociopolítica en un patógeno contra el cual podemos luchar, un victimario separado de nosotros mismos. Se corre el riesgo de ignorar las condiciones que hacen que la sociedad sea un terreno fértil para que la trama se arraigue. Si esa tierra fue sembrada deliberadamente o por el viento es, para mí, una pregunta secundaria.
Lo que diré a continuación es relevante si el SARS-CoV2 es o no una arma biológica genéticamente modificada, está relacionado con el despliegue del 5G, se está utilizando para evitar la “divulgación”, es un caballo de Troya para el gobierno mundial totalitario, es más mortal de lo que nos han dicho, es menos mortal de lo que nos han dicho, se originó en un laboratorio biológico de Wuhan, se originó en Fort Detrick, o es exactamente como nos han estado diciendo los del Centro de Control de Enfermedades (CDC en inglés) y la OMS. Se aplica incluso si todos están totalmente equivocados sobre el papel del virus SARS-CoV-2 en la epidemia actual. Tengo mis opiniones, pero si hay algo que he aprendido en el transcurso de esta emergencia es que realmente no sé qué está sucediendo. No veo cómo alguien puede hacerlo, en medio de la gran cantidad de noticias, noticias falsas, rumores, información suprimida, teorías de conspiración, propaganda y narrativas politizadas que llenan el Internet. Desearía que mucha más gente estuviera más abierta al no saber. Lo digo tanto a los que creen en la narrativa dominante como a los que escuchan a los disidentes. ¿Qué información podríamos estar bloqueando para mantener la integridad de nuestros puntos de vista? Seamos humildes en nuestras creencias: es una cuestión de vida o muerte.
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La guerra contra la muerte
Mi hijo de 7 años no ha visto ni ha jugado con otro niño en dos semanas. Millones de niños están en la misma situación. La mayoría estaría de acuerdo en que un mes sin interacción social para todos esos niños es un sacrificio razonable para salvar un millón de vidas. ¿Pero, qué tal si salvamos 100,000 vidas? ¿Y si el sacrificio no es por un mes sino por un año? o ¿Cinco años? Diferentes personas tendrán diferentes opiniones al respecto, de acuerdo con sus valores subyacentes.
Reemplacemos las preguntas anteriores con algo más personal, algo que atraviese el pensamiento utilitario inhumano que convierte a las personas en estadísticas y sacrifica algunas de ellas por algo más. La pregunta relevante para mí es: ¿les pediría a todos los niños de un país que renunciaran a jugar durante una temporada, si eso redujera el riesgo de muerte de mi madre, o para el casp, mi propio riesgo? O podría preguntar: ¿decretaría el final de los abrazos y los apretones de manos, si eso salvara mi propia vida? Esto no es para devaluar la vida de mi madre o la mía, las cuales me son muy preciadas. Estoy agradecido por cada día que ella está con nosotros. Pero estas preguntas traen problemas profundos. ¿Cuál es la forma correcta de vivir? ¿Cuál es la forma correcta de morir?
La respuesta a estas preguntas, ya sea en nombre de uno mismo o de la sociedad en general, depende de cómo observamos a la muerte y cuánto valoramos el juego, el contacto y la unión, junto con las libertades civiles y la libertad personal. No existe una fórmula fácil para poder equilibrar estos valores.
A lo largo de mi vida he visto a la sociedad poner cada vez más énfasis en la seguridad y la reducción de riesgos. Esto ha impactado especialmente a los niños. Cuando era niño, era normal que recorriéramos una milla de distancia de nuestros hogares sin supervisión, un comportamiento que hoy en día haría que los padres recibieran una visita de los Servicios de Protección Infantil. También se manifiesta en forma de guantes de látex para más y más profesiones; desinfectante de manos en todas partes; edificios escolares cerrados, vigilados y custodiados; intensificación de la seguridad en aeropuertos y fronteras; mayor conciencia de la responsabilidad legal y seguro de responsabilidad civil; detectores de metales y registros antes de entrar en muchas arenas deportivas y edificios públicos, y así sucesivamente. Escrito en grande, toma la forma del estado de seguridad.
El mantra “la seguridad es primero” proviene de un sistema de valores que hace de la supervivencia la máxima prioridad, y que menosprecia otros valores como la diversión, la aventura, y el juego y el desafío de a los límites. Otras culturas tienen prioridades diferentes. Por ejemplo, muchas culturas indígenas tradicionales son mucho menos protectoras de los niños, como se documenta en el libro clásico de Jean Liedloff, “The Continuum Concept”. Les permiten riesgos y responsabilidades que parecerían una locura para la mayoría de las personas modernas, creyendo que esto es necesario para que los niños desarrollen autosuficiencia y buen juicio. Creo que la mayoría de las personas modernas, especialmente las más jóvenes, retienen parte de esta voluntad inherente a sacrificar la seguridad para vivir la vida plenamente. La cultura que nos rodea, sin embargo, nos presiona implacablemente a vivir con miedo, y ha construido sistemas basados en el miedo. En ellos, mantenerse a salvo es sumamente importante. Por lo tanto, tenemos un sistema médico en el que la mayoría de las decisiones se basan en cálculos de riesgo, y en el que el peor resultado posible, que marca el fracaso final del médico, es la muerte. Sin embargo, todo el tiempo, sabemos que la muerte nos espera de todas formas. Una vida salvada, en realidad significa una muerte pospuesta.
La finalidad del programa de control de la civilización sería triunfar sobre la muerte misma. De lo contrario, la sociedad moderna se conforma con una imitación de ese triunfo: la negación en lugar de conquista. La nuestra es una sociedad de negación de la muerte, desde el escondite de cadáveres, hasta el fetiche por la juventud, pasando por el almacenamiento de ancianos en asilos. Incluso su obsesión con el dinero y la propiedad, extensiones del yo, como lo indica la palabra “mío”, expresa la ilusión de que el yo impermanente puede hacerse permanente a través de sus apegos. Todo esto es inevitable dada la historia de sí mismo que ofrece la modernidad: el individuo separado en un mundo del otro. Rodeado de competidores genéticos, sociales y económicos, ese yo debe protegerse y dominar para prosperar. Debe hacer todo lo posible para evitar la muerte, que (en la historia de la separación) es la aniquilación total. La ciencia biológica incluso nos ha enseñado que nuestra propia naturaleza es maximizar nuestras posibilidades de sobrevivir y reproducirnos.
Le pregunté a un amigo, un médico que ha pasado tiempo con los Q’ero en Perú, si los Q’ero entubarían (si pudieran) a alguien para prolongar su vida. “Por supuesto que no”, dijo. “Convocarían al chamán para ayudarlo a morir bien”. Morir bien (que no necesariamente es lo mismo que morir sin dolor) no apareces mucho en el vocabulario médico actual. No se mantienen registros hospitalarios sobre si los pacientes mueren bien. Eso no se consideraría un resultado positivo. En el mundo del yo separado, la muerte es la última catástrofe.
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¿Pero lo es? Considera esta perspectiva de la Dra. Lissa Rankin: “No todos querríamos estar en una unidad de cuidados intensivos, aislados de nuestros seres queridos con una máquina que respira por nosotros, en riesgo de morir solos, incluso si eso significa que podría aumentar nuestras posibilidades de supervivencia”. Algunos de nosotros preferiríamos estar en los brazos de nuestros seres queridos en casa, incluso si eso significa que ha llegado nuestro momento … Recuerda la muerte no es el fin. La muerte es volver a casa.”
Cuando el yo se entiende como una relación, interdependiente, incluso interexistente, entonces se desangra en el otro, y el otro se desangra en el yo. Entendiendo al yo como un lugar de conciencia en una matriz de relación, ya no se busca a un enemigo como la clave para entender cada problema, sino que busca los desequilibrios en las relaciones. La guerra contra la muerte da paso a la búsqueda de vivir bien, y vemos que el miedo a la muerte es en realidad el miedo a la vida. ¿A cuánto de la vida renunciaremos para mantenernos a salvo?
El totalitarismo, la perfección del control, es el producto final inevitable de la mitología del yo separado. ¿Qué más que una amenaza a la vida, como una guerra, merecería un control total? Así, Orwell identificó la guerra perpetua como un componente crucial del gobierno de partido.
Con el transfondo del programa de control, la negación de la muerte y el yo separado, la suposición de que las políticas públicas deben tratar de minimizar el número de muertes es casi incuestionable, un objetivo al que otros valores como el juego, la libertad, etc. están subordinados. El Covid-19 ofrece la ocasión para ampliar esa visión. Sí, consideremos a la vida sagrada, más sagrada que nunca. La muerte nos enseña eso. Consideremos a cada persona, joven o vieja, enferma o sana, como un ser sagrado, precioso y amado. Y en el círculo de nuestros corazones, también hagamos espacio para otros valores sagrados también. Mantener a la vida sagrada no es solo vivir mucho tiempo, sino vivir bien, de manera correcta y plena.
Como todo miedo, el miedo alrededor del coronavirus sugiere lo que podría estar más allá. Cualquiera que haya experimentado el fallecimiento de alguien cercano sabe que la muerte es un portal al amor. El Covid-19 ha elevado la muerte a un ligar destacado en la conciencia de una sociedad que la niega. Del otro lado del miedo, podemos ver el amor que la muerte libera. Deja que se derrame. Deja que sature el suelo de nuestra cultura y que llene sus acuíferos para que se filtre a través de las grietas de nuestras instituciones, sistemas y hábitos. Algunos de estos también pueden morir.
¿En qué mundo viviremos?
¿Cuánto de la vida queremos sacrificar en el altar de la seguridad? Si nos mantiene más seguros, ¿queremos vivir en un mundo donde los seres humanos nunca se congregan? ¿Queremos usar máscaras en público todo el tiempo? ¿Queremos ser examinados médicamente cada vez que viajamos, si eso salvará algunas vidas al año? ¿Estamos dispuestos a aceptar la medicalización de la vida en general, entregando la soberanía final sobre nuestros cuerpos a las autoridades médicas (según lo seleccionado por los políticos)? ¿Queremos que cada evento sea virtual? ¿Cuánto estamos dispuestos a vivir con miedo?
El Covid-19 eventualmente disminuirá, pero la amenaza de enfermedades infecciosas es permanente. Nuestra respuesta a esto establece un curso para el futuro. La vida pública, la vida comunitaria, la vida de la fisicalidad compartida ha ido disminuyendo durante varias generaciones. En lugar de comprar en tiendas, recibimos las cosas en nuestros hogares. En lugar de grupos de niños jugando afuera, tenemos citas de juego y aventuras digitales. En lugar de la plaza pública, tenemos el foro en línea. ¿Queremos continuar aislándonos aún más de los demás y del mundo?
No es difícil imaginar, especialmente si el distanciamiento social es exitoso, que el Covid-19 persista más allá de los 18 meses que se nos dice que esperemos a que siga su curso. No es difícil imaginar que surgirán nuevos virus durante ese tiempo. No es difícil imaginar que las medidas de emergencia se volverán normales (para evitar la posibilidad de otro brote), tal como el estado de emergencia declarado después del 11 de Septiembre, que todavía está vigente. No es difícil imaginar que (como se nos dice), la reinfección es posible, de modo que la enfermedad nunca seguirá su curso. Esto significa que los cambios temporales en nuestra forma de vida pueden volverse permanentes.
Para reducir el riesgo de otra pandemia, ¿eligiremos vivir en una sociedad sin abrazos y apretones de manos para siempre? ¿Elegiremos vivir en una sociedad donde ya no nos reunimos en masa? ¿El concierto, la competición deportiva y el festival serán cosa del pasado? ¿Los niños ya no jugarán con otros niños? ¿Todo contacto humano será mediado por computadoras y máscaras? ¿No más clases de baile, no más clases de karate, no más conferencias, no más iglesias? ¿La reducción de la muerte será el estándar para medir el progreso? ¿El avance humano significa separación? ¿Es este el futuro?
La misma pregunta se aplica a las herramientas administrativas necesarias para controlar el movimiento de personas y el flujo de información. Al momento de este escrito, todo el país se está moviendo hacia el bloque. En algunos países, uno debe imprimir un formulario de un sitio web del gobierno para salir de casa. Me recuerda a la escuela, donde la ubicación debe estar autorizada en todo momento. O a la prisión. ¿Nos imaginamos un futuro de pases electrónicos, un sistema donde la libertad de movimiento se rige por los administradores estatales y un software en todo momento, de forma permanente? ¿Dónde cada movimiento sea rastreado, permitido o prohibido? Y, para nuestra protección, ¿dónde la información que amenaza nuestra salud (según lo decidido, nuevamente, por varias autoridades) es censurada por nuestro propio bien? Ante una emergencia, como en un estado de guerra, aceptamos tales restricciones y renunciamos temporalmente anuestras libertades. Similar al 11 de Septiembre, el Covid-19 supera todas las objeciones.
Por primera vez en la historia, existen los medios tecnológicos para realizar tal visión, al menos en el mundo desarrollado (por ejemplo, utilizando datos de localización de teléfonos celulares para forzar el distanciamiento social; ver también aquí). Después de una transición brusca, podríamos vivir en una sociedad donde casi toda la vida ocurre en línea: compras, reuniones, entretenimiento, socialización, trabajo e incluso citas. ¿Es eso lo que queremos? ¿Cuántas vidas salvadas vale eso?
Estoy seguro de que muchos de los controles vigentes hoy en día, se relajarán parcialmente en unos pocos meses. Parcialmente relajados, pero listos. Mientras las enfermedades infecciosas permanezcan con nosotros, es probable que se vuelvan a imponer, una y otra vez, en el futuro, o se autoimpongan en forma de hábitos. Como dice Deborah Tannen, contribuyendo a un artículo de Politico sobre cómo el coronavirus cambiará el mundo de forma permanente, “Ahora sabemos que tocar cosas, estar con otras personas y respirar el aire en un espacio cerrado puede ser arriesgado … Podría convertirse en un segunda naturaleza retroceder al estrecharnos las manos o tocar nuestras caras, y todos podemos heredar el TOC en toda la sociedad, ya que ninguno de nosotros puede dejar de lavarse las manos ”. Después de miles, millones de años, de tacto, contacto y unión, ¿es la cima del progreso humano que cesemos tales actividades porque son demasiado riesgosas?
La vida es comunidad
La paradoja del programa de control es que su progreso rara vez nos acerca más a su objetivo. A pesar de los sistemas de seguridad en casi todos los hogares de clase media alta, las personas no están menos ansiosas o inseguras que hace una generación. A pesar de las elaboradas medidas de seguridad, las escuelas no están viendo menos tiroteos masivos. A pesar del progreso fenomenal en la tecnología médica, las personas se han vuelto menos saludables en los últimos treinta años, a medida que las enfermedades crónicas han proliferado y la esperanza de vida se ha estancado y en los EE. UU. y Gran Bretaña, han comenzada a disminuir.
Las medidas que se están instituyendo para controlar el Covid-19, del mismo modo, pueden terminar causando más sufrimiento y muerte de lo que previenen. Minimizar las muertes significa minimizar las muertes que sabemos cómo predecir y medir. Es imposible medir las muertes adicionales que podrían provenir de la depresión inducida por el aislamiento, por ejemplo, o la desesperación causada por el desempleo, o la disminución de la inmunidad y el deterioro de la salud que puede causar el miedo crónico. Se ha demostrado que la soledad y la falta de contacto social aumentan la inflamación, la depresión y la demencia. Según la Dra. Lissa Rankin, la contaminación del aire aumenta el riesgo de morir en un 6%, la obesidad en un 23%, el abuso del alcohol en un 37% y la soledad en un 45%.
Otro peligro que no está registrado es el deterioro de la inmunidad causado por el exceso de higiene y distanciamiento. No solo el contacto social es necesario para la salud, sino también el contacto con el mundo microbiano. En términos generales, los microbios no son nuestros enemigos, son nuestros aliados en salud. Un bioma intestinal diverso,compuesto de bacterias, virus, levaduras y otros organismos, es esencial para el buen funcionamiento de un sistema inmunológico, y su diversidad se mantiene a través del contacto con otras personas y con el mundo de la vida. El lavado excesivo de manos, el uso excesivo de antibióticos, la limpieza aséptica y la falta de contacto humano pueden hacer más daño que bien. Las alergias y los trastornos autoinmunes resultantes pueden ser peores que la enfermedad infecciosa que reemplazan. Social y biológicamente, la salud proviene de la comunidad. La vida no prospera en aislamiento.
Ver el mundo en términos de nosotros contra ellos nos ciega a la realidad de que la vida y la salud suceden en comunidad. Para tomar el ejemplo de las enfermedades infecciosas, no miramos más allá del patógeno maligno y preguntamos: ¿Cuál es el papel de los virus en el microbioma? (Ver también aquí.) ¿Cuáles son las condiciones corporales en las que proliferan los virus dañinos? ¿Por qué algunas personas tienen síntomas leves y otros graves (además de la no explicación general de “baja resistencia”)? ¿Qué papel positivo podrían desempeñar la gripe, los resfriados y otras enfermedades no letales en el mantenimiento de la salud?
El pensamiento de la guerra contra los gérmenes trae resultados similares a los de la guerra contra el terror, la guerra contra el crimen, la guerra contra las malas hierbas y las guerras interminables que luchamos política e interpersonalmente. Primero, genera una guerra sin fin; segundo, desvía la atención de las condiciones del terreno que engendran enfermedades, terrorismo, delincuencia, malas hierbas y de resto.
A pesar de la afirmación dudosa de los políticos de que persiguen la guerra por el bien de la paz, la guerra inevitablemente genera más guerra. Bombardear países para matar terroristas no solo ignora las condiciones básicas del terrorismo, sino que exacerba dichas condiciones. Encerrar a los delincuentes, no sólo ignora las condiciones que generan el crimen, sino que crea esas condiciones cuando separa a las familias y las comunidades y genera la cultura de los encarcelados por la criminalidad. Y los regímenes de antibióticos, vacunas, antivirales y otros medicamentos causan estragos en la ecología del cuerpo, que es la base de una inmunidad fuerte. Fuera del cuerpo, las campañas masivas de fumigación provocadas por Zika, el dengue y ahora el Covid-19 causarán daños incalculables a la ecología de la naturaleza. ¿Alguien ha considerado cuáles serán los efectos en el ecosistema cuando lo rociemos con compuestos antivirales? Dicha política (que se ha implementado en varios lugares en India y en China) solo es concebible desde la mentalidad de separación, que no comprende que los virus son parte integral de la red de la vida.
Para comprender el punto sobre las condiciones del suelo, considera algunas estadísticas de mortalidad de Italia (de su Instituto Nacional de Salud), basadas en un análisis de cientos de muertes de Covid-19. De los analizados, menos del 1% estaban libres de enfermedades crónicas graves. Alrededor del 75% sufrían de hipertensión, 35% de diabetes, 33% de isquemia cardíaca, 24% de fibrilación auricular, 18% de baja función renal, junto con otras afecciones que no pude descifrar de este informe italiano. Casi la mitad de los fallecidos tenían tres o más de estas patologías graves. Los estadounidenses, acosados por la obesidad, la diabetes y otras dolencias crónicas, son al menos tan vulnerables como los italianos. ¿Deberíamos entonces culpar al virus (que mató a pocas personas sanas), o debemos culpar a la mala salud subyacente? Aquí nuevamente se aplica la analogía de la cuerda tensa. Millones de personas en el mundo moderno se encuentran en un estado de salud precario, sólo esperando algo que normalmente sería trivial para enviarlos al límite. Por supuesto, a corto plazo queremos salvarles la vida; el peligro es que nos perdamos en una sucesión interminable de cortos períodos, luchando contra una enfermedad infecciosa tras otra, y nunca enfrentamos las condiciones del terreno que hacen que las personas sean tan vulnerables. Ese es un problema mucho más difícil, porque estas condiciones del terreno no cambiarán a través de la lucha. No existe un patógeno que cause diabetes u obesidad, adicción, depresión o síndrome postraumático. Sus causas no son un otro, ni un virus separado de nosotros, y nosotros sus víctimas.
Incluso en enfermedades como la del Covid-19, en las que podemos nombrar un virus patógeno, los asuntos no son tan simples como una guerra entre el virus y la víctima. Existe una alternativa a la teoría de los gérmenes de la enfermedad que sostiene que los gérmenes son parte de un proceso más amplio. Cuando las condiciones son adecuadas, se multiplican en el cuerpo, a veces matando al huésped, pero también, potencialmente, mejorando las condiciones en las que se alojaban al principio, por ejemplo, limpiando los desechos tóxicos acumulados mediante la descarga de moco, o (metafóricamente hablando) quemándolos con fiebre. A veces, la llamada “teoría del terreno”, dice que los gérmenes son más síntomas que causa de la enfermedad. Como lo explica un meme: “Tu pez está enfermo. La Teoría de los gérmenes dice: aislar a los peces. La Teoría del terreno dice: limpiar el tanque”.
Una cierta esquizofrenia afecta la cultura moderna de la salud. Por un lado, existe un creciente movimiento de bienestar que abarca a la medicina alternativa y holística. Aboga por las hierbas, la meditación y el yoga para aumentar la inmunidad. Valida las dimensiones emocionales y espirituales de la salud, como el poder de las actitudes y creencias para enfermar o sanar. Todo esto parece haber desaparecido bajo el tsunami del Covid, ya que la sociedad se niega a la viaje ortodoxia.
Caso en cuestión: los acupunturistas de California se han visto obligados a cerrar sus consultorios, al ser considerados “no esenciales”. Esto es perfectamente comprensible desde la perspectiva de la virología convencional. Pero como observó un acupunturista en Facebook: “¿Qué hay de mi paciente con el que estoy trabajando para dejar los opioides por su dolor de espalda? Tendrá que volver a usarlos “. Desde el punto de vista mundial de la autoridad médica, las modalidades alternativas, la interacción social, las clases de yoga, los suplementos, etc. son frívolos cuando se trata de enfermedades reales causadas por virus reales. Son relegados a un ámbito etérico de “bienestar” ante una crisis. El resurgimiento de la ortodoxia bajo el Covid-19 es tan intenso que cualquier cosa remotamente no convencional, como la vitamina C intravenosa, estaba completamente fuera de la mesa en los Estados Unidos hasta hace dos días (todavía abundan los artículos “desacreditando” el “mito” de que la vitamina C, puede ayudar a combatir el Covid-19). Tampoco he escuchado al los del Centro de Control de Enfermedades (“CDC” en inglés) evangelizar sobre los beneficios del extracto de saúco, los hongos medicinales, la reducción de la ingesta de azúcar, NAC (N-acetil L-cisteína), el astrágalo o la vitamina D. Estas no son sólo especulaciones blandas sobre el “bienestar”, sino que están respaldados por una extensa investigación y explicaciones fisiológicas. Por ejemplo, el NAC (información general, estudio controlado con placebo) ha demostrado reducir radicalmente la incidencia y la gravedad de los síntomas en enfermedades similares a la gripe.
Como indican las estadísticas que ofrecí anteriormente sobre autoinmunidad, obesidad, etc., Estados Unidos y el mundo moderno en general se enfrentan a una crisis de salud. ¿La respuesta es hacer lo que hemos estado haciendo, solo que más a fondo? La respuesta hasta ahora al Covid ha sido duplicar la ortodoxia y eliminar las prácticas no convencionales y los puntos de vista disidentes. Otra respuesta sería ampliar nuestra perspectiva y examinar todo el sistema, incluyendo quién lo paga, cómo se otorga el acceso, y cómo se financia la investigación; pero también expandiéndose para incluir campos marginales como la medicina herbal, la medicina funcional y la medicina energética. Tal vez, podamos aprovechar esta oportunidad para reevaluar a las teorías predominantes de la enfermedad, la salud y el cuerpo. Sí, protejamos a los peces enfermos lo mejor que podamos en este momento, pero tal vez la próxima vez no tengamos que aislar y drogar a tantos peces, si podemos limpiar el tanque.
No estoy sugiriendo que salgan a comprar NAC o cualquier otro suplemento, ni que nosotros, como sociedad debamos cambiar abruptamente nuestras respuestas, cesar el distanciamiento social de inmediato y comenzar a tomar suplementos. Pero podemos usar la interrupción en la normalidad, esta pausa en una encrucijada, para elegir conscientemente qué camino seguiremos para avanzar: qué tipo de sistema de salud, qué paradigma de salud, qué tipo de sociedad. Esta reevaluación ya está ocurriendo, ya que ideas como la atención médica universal gratuita en los EEUU, ganan un nuevo impulso. Y ese camino lleva a las bifurcaciones también. ¿Qué tipo de asistencia médica se universalizará? ¿Estará simplemente disponible para todos, o será obligatorio para todos? Cada ciudadano es un paciente, tal vez con un tatuaje invisible con código de barras que certificique que uno está actualizado con todas las vacunas y controles obligatorios. Entonces puedes ir a la escuela, abordar un avión o ingresar a un restaurante. Este es un camino hacia el futuro que está disponible para nosotros.
Otra opción ahora también está disponible. En lugar de duplicar el control, finalmente podríamos adoptar los paradigmas holísticos y las prácticas que han estado esperando al margen a que el centro se disuelva para que, en nuestro humilde estado, podamos llevarlos al centro y construir un nuevo sistema a su alrededor.
La coronación
Hay una alternativa al paraíso del control perfecto que nuestra civilización ha perseguido durante tanto tiempo, y que retrocede tan rápido como nuestro progreso, como un espejismo en el horizonte. Sí, podemos proceder como antes por el camino hacia un mayor aislamiento, dominación y separación. Podemos normalizar niveles elevados de separación y control, creer que son necesarios para mantenernos seguros y aceptar un mundo en el que tenemos miedo de estar cerca el uno del otro. O podemos aprovechar esta pausa, esta interrupción a la normalidad, para tomar un camino de reencuentro, de holismo, de restauración de las conexiones perdidas, de reparación de la comunidad y la reincorporación la red de la vida.
¿Duplicamos la protección del yo separado o aceptamos la invitación a un mundo donde todos estamos juntos en esto? No solo en la medicina nos encontramos con esta pregunta: también en la política, en la economía y también en nuestra vida personal. Tomemos, por ejemplo, el tema del acaparamiento, que encarna la idea: “No habrá suficiente para todos, así que me aseguraré de que haya suficiente para mí”. Otra respuesta podría ser: “Algunos no tienen suficiente, así que compartiré lo que tengo con ellos”. ¿Debemos ser sobrevivientes o ayudantes? ¿Para qué es la vida?
A mayor escala, la gente hace preguntas que hasta ahora acechaban en las ideas de los activistas. ¿Qué deberíamos hacer con las personas sin hogar? ¿Qué deberíamos hacer con las personas en las prisones? ¿En los barrios marginales del Tercer Mundo? ¿Qué deberériamos hacer con los desempleados? ¿Qué hay de todas las mucamas del hotel, los conductores de Uber, los plomeros y conserjes y los conductores de autobuses y cajeros que no pueden trabajar desde casa? Y ahora, finalmente, están floreciendo ideas como la condonación de la deuda estudiantil y el ingreso básico universal. “¿Cómo protegemos a los susceptibles al Covid?” nos invita a “¿Cómo cuidamos a las personas vulnerables en general?”
Ese es el impulso que nos agita, independientemente de las superficialidades de nuestras opiniones sobre la gravedad, el origen o la mejor política para abordar el Covid. Es decir, tomemos en serio el cuidarnos los unos a los otros. Recordemos cuán preciados somos todos y cuán preciada es la vida. Hagamos un inventario de nuestra civilización, desmantelémosla hasta su médula y ver si podemos construir una más hermosa.
A medida que el Covid agita nuestra compasión, más y más de nosotros nos damos cuenta de que no queremos volver a una normalidad que tanto nos falta. Ahora tenemos la oportunidad de forjar una nueva normalidad y más compasiva.
Abundan las señales de esperanza de que esto está sucediendo. El gobierno de los Estados Unidos, que durante mucho tiempo parecía cautivo de los intereses corporativos desalmados, ha desatado cientos de miles de millones de dólares en pagos directos a las familias. Donald Trump, no conocido como un modelo de compasión, ha suspendido las ejecuciones hipotecarias y los desalojos. Ciertamente, uno puede tener una visión cínica de ambos acontecimientos; no obstante, encarnan el principio de cuidar a los vulnerables.
De todo el mundo escuchamos historias de solidaridad y de sanación. Un amigo describió el envío de $100 a diez extraños que estaban en extrema necesidad. Mi hijo, quien hasta hace unos días trabajaba en un Dunkin ’Donuts, me dijo que la gente estaba dando propinas cinco veces más de lo normal, y estas son personas de clase trabajadora, muchos de ellos conductores de camiones hispanos, que están económicamente en aprietos. Los médicos, enfermeras y “trabajadores esenciales” en otras profesiones arriesgan sus vidas para servir al público. Aquí hay algunos ejemplos más de la erupción de amor y bondad, cortesía de ServiceSpace.
Quizás estamos en medio de vivir esa nueva historia. Imagina a la fuerza aérea italiana entonando Pavarotti, el ejército español haciendo actos de servicio y la policía callejera tocando guitarras para * inspirar *. Corporaciones brindando aumentos salariales inesperados. Los canadienses comenzaron un proyecto llamado “Traficando Bondad”. Una niña de seis años en Australia donando el dinero que le dejó su hada de los dientes, una estudiante de octavo grado en Japón que hizo 612 máscaras y jovenes universitarios de todas partes del mundo comprando víveres para ancianos. Cuba enviando un ejército con “batas blancas” (médicos) para ayudar a Italia. Un arrendador que permite a los inquilinos quedarse sin pagar el alquiler, un poema de un sacerdote irlandés que se volvió viral en redes sociales, activistas discapacitados que producen desinfectante para manos. Imagina. A veces, una crisis refleja nuestro impulso más profundo.. que siempre podemos responder con compasión.
Como Rebecca Solnit describe en su maravilloso libro, “Un paraíso construido en el infierno”, el desastre a menudo libera la solidaridad. Un mundo más hermoso brilla justo debajo de la superficie, flotando cada vez más donde los sistemas que lo sostienen bajo el agua aflojan su fuerza.
Durante mucho tiempo, nosotros, como colectivo, hemos permanecido indefensos ante una sociedad cada vez más enferma. Ya sea el deterioro la salud, la decadencia de la infraestructura, la depresión, el suicidio, la adicción, la degradación ecológica o la concentración de la riqueza, los síntomas del malestar civil en el mundo desarrollado son evidentes, pero hemos estado atrapados en los sistemas y patrones que los causan. Ahora, el Covid nos ha regalado un reinicio.
Un millón de caminos se dividen ante nosotros. El ingreso básico universal podría significar el fin de la inseguridad económica y el florecimiento de la creatividad a medida que millones se liberan del trabajo que el Covid nos ha demostrado que es menos necesario de lo que pensábamos. O podría significar, con la aniquilación de las pequeñas empresas, la dependencia del estado para un estipendio que viene con condiciones estrictas. La crisis podría dar paso al totalitarismo o la solidaridad; ley marcial médica o un renacimiento holístico; mayor temor al mundo microbiano, o mayor resilencia en su participación; normas permanentes de distanciamiento social, o un renovado deseo de unión.
¿Qué puede guiarnos, como individuos y como sociedad, mientras caminamos por el jardín de los caminos que se dividen? En cada cruce, podemos ser conscientes de lo que seguimos: miedo o amor, autoconservación o generosidad. ¿Viviremos con miedo y construiremos una sociedad basada en él? ¿Viviremos para preservar nuestro yo separado? ¿Usaremos la crisis como arma contra nuestros enemigos políticos? Estas no son preguntas de todo o nada, todo miedo o todo amor. Es que el próximo paso hacia el amor yace ante nosotros. Se siente atrevido, pero no imprudente. Atesora la vida, mientras acepta la muerte. Y confía en que con cada paso, el próximo se hará visible.
Por favor, no pensemos que elegir el amor sobre el miedo se puede lograr únicamente a través de un acto de voluntad, y que el miedo también se puede conquistar como un virus. El virus que enfrentamos aquí es el miedo, ya sea el miedo al Covid-19 o el miedo a la respuesta totalitaria, y este virus también tiene su terreno. El miedo, junto con la adicción, la depresión y una serie de enfermedades físicas, florece en un terreno de separación y trauma: trauma heredado, trauma infantil, violencia, guerra, abuso, negligencia, vergüenza, castigo, pobreza y el trauma normalizado y silenciado que afecta a casi todos los que viven en una economía monetizada, se someten a una educación moderna o viven sin comunidad o conexión con el lugar. Este terreno se puede cambiar, mediante la sanación del trauma a nivel personal, mediante un cambio sistémico hacia una sociedad más compasiva y transformando la narrativa básica de la separación: el yo separado en un mundo de otro, yo separado de ti, la humanidad separada de la naturaleza. . Estar solo es un miedo primario, y la sociedad moderna nos ha dejado cada vez más solos. Pero el momento de la reunión está aquí. Cada acto de compasión, bondad, coraje o generosidad nos cura de la historia de la separación, porque asegura tanto al actor como al testigo que estamos juntos en esto.
Concluiré invocando una dimensión más de la relación entre humanos y virus. Los virus son parte integral de la evolución, no solo de los humanos sino de todos. Los virus pueden transferir ADN de un organismo a otro, a veces insertándolo en la línea germinal (donde se vuelve hereditario). Conocido como transferencia horizontal de genes, este es un mecanismo primario de evolución que permite que la vida evolucione mucho más rápido de lo que es posible a través de una mutación aleatoria. Como dijo Lynn Margulis una vez, somos nuestros virus.
Y ahora déjame aventurarme en territorio especulativo. Quizás las grandes enfermedades de la civilización han acelerado nuestra evolución biológica y cultural, otorgando información genética clave y ofreciendo una iniciación tanto individual como colectiva. ¿Podría la pandemia actual ser sólo eso? Los nuevos códigos de ARN se están extendiendo de humano a humano, infundiéndonos de nueva información genética; al mismo tiempo, estamos recibiendo otros “códigos” esotéricos que están por detrás de los biológicos, alterando nuestras narrativas y sistemas de la misma manera que una enfermedad interrumpe la fisiología corporal. El fenómeno sigue el modelo de la iniciación: separación de la normalidad, seguido de un dilema, colapso u prueba, seguido (si se quiere completar) por reintegración y celebración.
Ahora surge la pregunta: ¿Iniciación a qué? ¿Cuál es la naturaleza y el propósito específicos de esta iniciación? El nombre popular de la pandemia ofrece una pista: coronavirus. Una corona es una corona. “Nueva pandemia de coronavirus” significa “una nueva coronación para todos”.
Ya podemos sentir el poder de lo que podríamos llegar a ser. Un verdadero soberano no huye con miedo a la vida o la muerte. Un verdadero soberano no domina ni conquista (eso es un arquetipo de sombra, el Tirano). El verdadero soberano sirve a la gente, sirve a la vida y respeta la soberanía de todas las personas. La coronación marca la aparición del inconsciente en la conciencia, la cristalización del caos en el orden, la trascendencia de la compulsión en la elección. Nos convertimos en los gobernantes de lo que nos había gobernado. El Nuevo Orden Mundial que temen los teóricos de la conspiración es una sombra de la gloriosa posibilidad disponible para los seres soberanos. Ya no somos los vasallos del miedo, podemos poner orden en el reino y construir una sociedad intencional sobre el amor que ya brilla a través de las grietas del mundo de la separación.